Ana de Mendoza, la princesa de Éboli (Cifuentes, Guadalajara, 1540 - Pastrana, Guadalajara, 1592)
Ana Mendoza de la Cerda, princesa de Éboli, cortesana, madre, hija, monja, viuda y, sobre todo, mujer duramente encarcelada, en palabras de la profesora Esther Alegre Carvajal. Hija de Diego Hurtado de Mendoza, su madre y Felipe II la casan muy joven con Ruy Gómez de Silva, privado del rey Felipe II, quien, en 1559, sería nombrado Príncipe de Éboli.
Hasta 1559 que el matrimonio no se estabiliza (su marido está acompañando a Felipe II a su boda con María Tudor). Entre tanto, Ana de la Cerda, acompañará a su madre, Catalina de Silva, en el calvario que supuso salir de la relación de violencia con su padre, relación de violencia que también la incluía a ella.
Amiga, entre otras, de la regente y hermana del rey, reina viuda de Portugal, Juana de Austria, de Teresa de Ávila, de Isabel de Valois y de Sofonisba Anguisola, quien la retrata por primera vez con su característico parche en el ojo, disfrazada de pastora.
Se enfrentará con la duquesa de Alba por el cargo de Camarera mayor de la reina Isabel de Valois.
Viuda en 1573, con 33 años es duquesa-gobernadora y administradora de tierras y estados endeudados, tutora de seis hijos, todos menores de doce años. Poseedora de una de las mayores fortunas de España, a la muerte de su esposo, en 1573, deja a sus hijos al cuidado de su madre para profesar, con el nombre de sor Ana de la Madre de Dios, en el convento de carmelitas de Pastrana, casa que había sido fundada, a expensas suyas, por Teresa de Ávila.
Después de seis meses de agitada vida conventual, es obligada por el rey a renunciar a los hábitos y volver a la corte, en 1576, para hacerse cargo de la tutoría de sus hijos y de la administración de los bienes heredados por estos, en conformidad con el testamento de su esposo, según Felipe II.
En la corte se convertirá en una de las figuras más destacadas del grupo de Antonio Pérez, el secretario del rey.
Esta relación con Antonio Pérez, la acaba mezclando en los sucesos que dieron lugar al derrumbe del secretario. La princesa de Éboli se ve enredada y es arrestada en 1579, sin que históricamente se haya podido demostrar cuánto hay de cierto en las acusaciones de su arresto, dado que la huella de su intervención es destruida y suprimida.
El rey la priva de la tutela de sus hijos, lo cual ya da idea de las razones de las acusaciones, y la exilia: primero a Pinto y a la fortaleza de Santorcaz para, finalmente, enclaustrarla en Pastrana, junto a su hija pequeña, Ana. A partir de este momento el rey le irá retirando privilegios hasta su muerte, prácticamente emparedada, enferma y demenciada, a los 52 años.
Ana Mendoza de la Cerda ha pasado a la historia como una mujer de gran belleza, conspiradora, engañosa e intrigante.
En sus retratos conservados aparece con un parche, lo que hace suponer que tenía alguna tara en un ojo, sobre la que mucho se ha escrito.
Esta imagen ha alimentado una leyenda tras la cual se esconde una mujer víctima de las circunstancias, pero, sobre todo, víctima de maltrato, tanto por parte de su padre como por parte del rey Felipe XX.
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Para saber más de Ana de la Cerda, Princesa de Éboli:
ALEGRE CARVAJAL, Esther (dir.). Damas de la casa de Mendoza. Historias, leyendas y ólvidos. Ediciones Polifemo. Madrid, 2014 (Págs 578 -618)
H. REED, Helen y J. DADSON, Trevor. La Princesa de Éboli, Cautiva del rey. Vida de Ana de Mendoza y de la Cerda. (1540 – 1592). Marcial Pons, Ediciones de historia. Madrid, 2015.
O'BRIEN, Kate. Esa Dama. Edhasa. Barcelona, 1986